Los niños centroamericanos siguen siendo los que más desnutrición crónica sufren en América Latina y el Caribe, un problema que no siempre se detecta bien pese a lo mucho que condiciona el desarrollo de sus países.
El último informe de la ONU sobre la seguridad alimentaria en la región confirma que la tasa de retraso en el crecimiento de los menores de cinco años en Centroamérica, aunque a la baja, continuó siendo la más elevada en 2017, del 14,1 % frente al 8 % del Caribe y al 7,5 % de Sudamérica.
Se dan retrasos cuando la altura de un niño es baja para la edad que tiene por la falta prolongada de nutrientes, las infecciones recurrentes o la carencia de infraestructuras de agua y saneamiento.
Para hacer los cálculos se toman como referencia los patrones de crecimiento infantil de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aprobados en 2006 a partir de datos de múltiples países, en sustitución del anterior patrón, elaborado solo con los de Estados Unidos.
En El Salvador, donde el 13,6 % de los niños padece ese problema, la Universidad Complutense de Madrid (UCM) participa en un proyecto de cooperación con la intención de mejorar la información de la malnutrición en la zona de San Vicente (centro).
La coordinadora de esa iniciativa en la UCM, Cristina Herrero, detalló a Efe por teléfono que están ayudando a los pequeños productores a enriquecer sus parcelas con bambú, capaz de absorber agua en época de lluvias, y ver cómo eso repercute en la seguridad alimentaria.
Para esto último han capacitado a alumnos de la Universidad de El Salvador en la medición de los indicadores de malnutrición y la realización de encuestas a las familias sobre su percepción de la seguridad alimentaria, que servirán para recopilar los datos y compararlos en el contexto local.
“No está tan claro que allí estuvieran bien establecidos los indicadores”, apuntó Herrero.
Desde el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP), que ha trabajado con la OMS en homologar las referencias de medición, niegan que se estén utilizando parámetros antiguos.
“Tenemos evidencia de que todas las encuestas nacionales están empleando los nuevos”, aseguró Paul Melgar, médico investigador de esa institución del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), que integran El Salvador, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Belice y la República Dominicana.
Melgar destacó los esfuerzos realizados en la última década con el fin de convencer a los ministerios de salud para que cambiaran de parámetros y ajustaran sus estadísticas.
Si se toma como referencia la talla para la edad, Guatemala es el país centroamericano con mayor desnutrición infantil, con el 46,5 % de los menores sufriendo retrasos en el crecimiento.
“El desarrollo del país está detenido por estas cifras. La talla de esos niños indica un crecimiento cerebral disminuido y un desarrollo cognitivo afectado. No van a desarrollar todo su potencial de crecimiento, van a tener un bajo rendimiento escolar. El capital humano se verá afectado y con él la productividad”, argumentó el doctor.
El especialista de la FAO Israel Ríos aseguró que “en algunas comunidades rurales más apartadas persisten copias de tarjetas de crecimiento con el indicador anterior porque venían en las tarjetas de vacuna de control de los niños”.
Lo pudo ver hace cinco años en un centro de salud en Honduras, donde seguían empleando las tablas de peso (no de talla) para la edad, indicador que fue excluido para la medición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a nivel global.
“Existen otros indicadores que también se emplean en estos contextos centroamericanos, pero el personal de salud debería usar los de retraso de crecimiento, emaciación (bajo peso para la estatura) y exceso de peso”, aclaró Ríos.
Según la ONU, Centroamérica es la subregión con menor sobrepeso infantil, con una tasa del 6,4 %, inferior a la media del 7,3 %, pero su constante aumento preocupa a los expertos, informa Efe.
Ríos explicó que en contextos de inseguridad alimentaria, por falta de dinero o recursos, las familias optan por alimentos ricos en grasas, sal y azúcar que reemplazan a los alimentos más sanos y costosos, lo que abre la puerta a enfermedades no transmisibles de las que no se libran los niños.