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Mareas que inundan los mares, pedazos diminutos que contaminan lugares remotos como el Ártico o tan cercanos como el aire que respiramos. Los microplásticos pueden encontrarse en productos como los cosméticos o los neumáticos, pero sus efectos sobre la salud no están claros.
Unos auténticos desconocidos hasta hace una década, cada vez son más frecuentes los estudios que hablan de su presencia en los lugares más insospechados, desde la orina y heces humanas, a las nieves del Ártico o las profundidades marinas.
Los microplásticos son partículas de polímeros sintéticos que llegan de dos fuentes: pueden fabricarse como tal para una infinidad de productos o ser resultado de la degradación del plástico por el efecto, entre otros factores, de la luz ultravioleta.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado que no hay evidencias sólidas de que la presencia de estas partículas en el agua potable sea una amenaza grave de salud pública, aunque considera necesario hacer estudios más completos.
Sin embargo, el problema no son solo los microplásticos, sino los productos químicos que llevan añadidos, “muchos de los cuales se sabe que son tóxicos”, señala la investigadora ambiental del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Cesic) de España Ethel Elajarrat.