Psicólogos aseguran que los Pokémon dejan huella en el cerebro

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Personajes como Pikachu, Bulbasaur o Wobbuffet forman parte de la vida de una generación de niños que pasaron horas jugando con los Pokémon, una actividad que dejó huella en su cerebro, donde tienen una zona que se activa cuando vuelven a ver esas imágenes.

Un equipo de psicólogos de la estadounidense Universidad de Stanford publicó hoy lunes un informe en la revista Nature Human Behavior en el que hablan sobre la activación de esa zona del cerebro.

Los resultados ayudan a saber más sobre dos misterios relacionados con el sistema visual. ¿Por qué hay regiones cerebrales que responden ante palabras y caras, pero no a otros estímulos, y por qué aparecen en el mismo lugar en el cerebro de todas las personas?

Estudios previos con monos establecieron que para que en la corteza visual se desarrollen regiones dedicadas a una nueva categoría de objetos, la exposición a ellos debe empezar desde pequeños, cuando el cerebro es especialmente maleable y sensible a la experiencia visual.

El equipo se preguntó si eso se produce también en humanos y buscaron cómo probarlo. Así, el autor principal del estudio, Jesse Gómez, recodó que cuando tenía seis años empezó a jugar con los Pokémon durante horas y lo hizo toda su infancia. Además esos personajes se diferencian mucho de cualquier objeto de la vida diaria.

En el juego hay cientos de personajes “y tienes que saber todo de ellos para jugar con éxito. El juego te recompensa por identificar a cientos de estos pequeños personajes que se parecen”, por lo que “si no tienes una región (del cerebro) para ellos, entonces no la habrá para nada”, indicó Gómez en un comunicado de la Universidad.

El juego, cuya primera versión salió en 1996, no solo exponía a los niños a los mismos personajes una y otra vez, sino que además les daba una recompensa cuando ganaban. 

Dicha teoría indica que el tamaño y la ubicación de una región en el cerebro dedicado a una determinada categoría depende de qué cantidad del campo visual ocupan esos objetos y de qué parte de la visión -central o periférica- usamos para verlos.

El resultado fue que sus cerebros respondían más a esas imágenes en comparación con el grupo de control que no había usado ese videojuego en su infancia. Efe